La hora estelar de los asesinos, de Pavel Kohout (Alianza). Traducción de Fernando de Valenzuela | por Juan Jiménez García
Hay días, tal vez de verano, en el que uno se queda mirando los estantes con libros sin ninguna voluntad concreta. Entonces adviertes extrañas circunstancias. Por ejemplo, la cantidad de libros que hay publicados de un autor en nuestro idioma, cuando dudas que alguien conozca a ese autor en nuestro país. Extraños caminos de la edición… Pero también, como fueron a parar a esos estantes, que son tuyos, tantos libros de ese autor al que nunca has leído. Y ahí estaba yo pensando en Pavel Kohout. Pavel Kohout nació en un lejano 1928 y todavía está entre nosotros. Nacer en una año así en Checoslovaquia te da derecho a conocer un estado libre, una ocupación nazi en forma de protectorado, una liberación, un estado comunista, un estado comunista reformista, una Primavera de Praga, librarte de la cárcel por poco (pero no de la prohibición de publicar), el exilio (porque te impiden volver a tu país), una Revolución de Terciopelo, que un amigo dramaturgo se convierta en presidente de tu país, y seguir ahí. Todo esto, hay que decirlo, siendo miembro de Partido Comunista de Checoslovaquia. Y, además, para escribir poesía, ensayo o literatura. Y, entre todo, alguna novela negra. O algo así. Porque La hora estelar de los asesinos, su libro más conocido, es no solo una novela negra de ambientación histórica (es casi obvio decir que la hora estelar de los asesinos es la guerra o la ocupación) sino una profunda reflexión sobre el ser humano. Y también el azar, a veces en forma de destino.
Estamos en el último acto del protectorado nazi sobre Checoslovaquia. La guerra está perdida para los alemanes y su última esperanza es ese arma definitiva que les promete Hitler y que, intuyen, no existe. Pero entre una guerra perdida y la derrota final el camino es largo y tedioso. Un peligro, para ocupantes y ocupados. Nos encontramos en Praga y las noticias son que los tropas soviéticas no tardarán en llegar. Las opciones son dos: destruir la ciudad en la huida o no destruirla. El equilibrio entre ambas es precario y dependerá más bien de las circunstancias. En esa tensa calma, una baronesa alemana aparece asesinada. Todo parece responder a un asesinato ritual, a la obra de un loco, si es posible estar loco entre toda esa locura general. Para dar con el asesino, la policía alemana, la Gestapo, y la policía local checoslovaca forman un grupo común. Así, Erwin Bubak y Jan Morava se ponen a investigar para dar con lo que se desvelará como un asesino en serie en ese escenario de acto final.
Lo que podría ser una novela sobre un psicópata se enrarece cuando los asesinos están por todos lados. Pavel Kohout no solo construye una demoledora máquina de triturar nervios sino una muy negra reflexión sobre la guerra. Una historia natural de la destrucción, en la que, como decía, el azar se confunde con el destino. Un conjunto de engranajes que se ponen en marcha con una eficacia imparable, aunque todo esté por venirse abajo. En ese precario equilibrio, todo es tragedia. La huida, el pasado, el futuro, las esperanzas traicionadas y las esperanzas cumplidas. Las historias individuales se convierten en colectivas. Los fantasmas no. Siguen ahí, a cada cual los suyos. La hora estelar de los asesinos es el infierno de El jardín de las delicias. Y en ese infierno, una figura sin rostro, una figura que podría ser todas, se convierte en protagonista de esos momentos finales. Cuando el ser humano ha sido borrado de la faz de la tierra, ¿quién es aquel otro con su apariencia?